A lo mejor se nos escapa el matiz con el que se inicia el Evangelio de este domingo, y sin embargo da sentido a todo el texto, ?los mandó de dos en dos a todos los pueblos y lugares a donde pensaba ir él?. Es decir, eran los adelantados, los pregoneros de sí mismo. Pero no una especie de aperitivo de lo que vendría, sino la presentación oficial de su propia Persona. Porque quien ve al discípulo ve al Maestro. Los discípulos necesitaban estar tiempo con el Señor, como los matrimonios necesitan la vida entera para ir entrando el uno en el otro. No es una cuestión de a ver cómo nos va, sino a ver cómo voy dejando pasar a quien le hice aquella promesa descabellada. Porque en el amor todo es descabellado. En Jesús también, todo es descabellado. Llega a perder su omnipotencia para dejarse golpear, ya no es el Dios que todo lo ve, sino el Hombre-Dios que va haciendo historia serena con el hombre, y va conociendo las cosas de cerca. Un Dios rodeado por el espacio y el tiempo, inconcebible.
¿Es que el Señor no era consciente de que al mandarnos delante de Él, íbamos a ser pregoneros mediocres? Es decir, para no engañarnos, somos gente propensa a la corrupción, a la mentira, a la vanidad, que ya nos conocemos. Todo eso es el universo en el que nos movemos mejor. Ningún ser humano es ángel, todos llevamos las tripas llenas de soberbia, y el trigo y la cizaña van poniendo su legislatura cada cierto tiempo. Me encanta el momento del bautizo en el que a los padres y padrinos se les pregunta si creen en Dios y si rechazan el pecado. Y los cuatro, muy seguros y peripuestos, dicen que por supuesto, que Dios es el centro de su vida y el pecado una miseria. Pero nada más salir de la iglesia, empezarán a criticar a su compañero de trabajo, o directamente el padrino soltará un bocinazo a su mujer en el coche porque va demasiado deprisa. Y entre nervios y mediocridad, avanza muchas veces nuestra vida. Y el pecado, que habíamos rechazado con tanta holgura, empieza a ser uno de los nuestros.
Al Señor no le importó la debilidad manifiesta de los suyos: uno le traicionaría, otro se ahorcaría, otro no se creería que estaba vivo, otro le dijo quién sería el más grande en el Reino, otro que no sabía a dónde iba, y de los que se dice poco, seguro que es por mediocridad. Pero a Él no le importa, San Pablo descubrió el plan de Dios en una cita famosísima, ?tu fuerza actúa en mi debilidad?. El sacramento de la penitencia debería ser para nosotros más que un tribunal para pagar el delito cometido, la barra del bar en la que citamos a nuestro amigo del alma para decirle, ?lo siento, amigo, te he fallado?. Y así, el aludido se emociona, y después de un abrazo al que le ha hecho daño, le dice al camarero que la ronda la paga él. Si no entendemos así nuestra fe, es que seguimos pensando que creer es cumplir, y ser cristiano tener una serie de valores.
Cuando vayamos a vivir la jornada, es decir, cuando nos levantemos cada mañana para ir a preparar el camino al Señor, deberíamos entrar inmediatamente en su presencia, y hacer eso tan bonito que cuenta Simone Weil de que ?si el alma se deja arrancar por Dios, aunque no sea más que lo que dura un soplo, un consentimiento puro y completo, entonces Dios se alza con su conquista?. Y ya podemos ir de pueblo en pueblo
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