Cada 24 de abril agradecemos a Dios el don de la conversión derramado en san Agustín, y asumimos el compromiso de seguir su ejemplo.

San Agustín considera la conversión como una vuelta del hombre a Dios, de quien se había alejado por el pecado. Se trata de un movimiento, un proceso de acercamiento de dos que se reconocen buscadores uno del otro, aún cuando al parecer están distanciados. ¿«Al parecer»? Sí, porque Dios nunca se aleja.

Así lo experimentó san Agustín. El obispo de Hipona comparte en sus Confesiones cómo vivió este proceso. Con un estilo lírico y a veces dramático, alaba y agradece a Dios, mientras relee su propia historia a la luz de las Escrituras. En este proceso personal realizado en diálogo con Dios, descubre que, mientras estuvo errando, la misericordia divina lo acompañó y fue iluminando su camino de retorno, con paciencia y transformando cada error en espacio para aprender y motivar el regreso.